viernes, 4 de marzo de 2016

LA SIMBÓLICA DE LA ESPADA EN EL CABALLERO CRISTIANO



LA ESPADA Y LAS VIRTUDES


Manuel Fernández Espinosa



En la dimensión humana, la espada, como arma ofensiva y defensiva, siempre representará la posibilidad de la muerte de quien la empuña y de aquel contra quien se empuña; por lo tanto, la espada se convierte en signo de un poder: el poder de exterminar físicamente o, como mínimo, herir. Sin embargo, a ese sentido temporal se le ha de añadir desde los más remotos tiempos una dimensión sagrada como algo que concreta el poder divino e invisible sobre el terreno de lo manifestado.
 
En el "Apocalipsis", Juan nos describe a un Cristo terrible que le hace caer al suelo adorando: "No temas, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno" -le dice el Señor. La figura que se le pone delante es descrita por Juan como "uno semejana a un hijo de hombre", revestido de túnica talar, ceñido con cinturón de oro, con los cabellos blancos, los ojos como llamas de fuego y de su boca -nos dice el hagiógrafo- "salía una espada aguda, de dos filos".
 
La espada es la justicia de Dios. Y por ello, en el caballero cristiano, la espada no puede ser otra cosa que el instrumento en la tierra de Dios.
 
Hay que saber que todas las armas que llevaba el caballero tenían, además de su funcionalidad propia, un carácter simbólico y hasta sacramental. Raimundo Lulio lo expone con estas palabras:
 
"Todo con lo que se reviste el presbítero que canta misa tiene alguna significación con respecto a su oficio. Y como el oficio de clérigo y el oficio de caballero se convienen; por esto el orden de caballería requiere que todo cuanto es preciso al caballero en el uso de su oficio, tenga algún significado por el cual sea recordada la nobleza del orden de caballería."
 
("Libro del orden caballería", V Parte)
 
Así la lanza era símbolo de la verdad (por quedar la verdad figurada, al igual que la lanza, en la rectitud de su hasta y estar rematada en punta, sin dobleces), llevando también consigo el valor de la esperanza (por ser apoyo y en su ataque llegar la punta antes que el que la empuña); el yelmo representaba el pundonor y la vergüenza del caballero, pues el casco es "guarda de las cosas altas y mira a la tierra, porque es el medio entre las cosas bajas y las cosas altas"; la "maza" sería la fuerza; el "escudo"  que, a la luz del sentido común vendría a representar la defensa de sí mismo, es para Lulio no obstante el símbolo de la total disposición del caballero a ser él mismo "escudo" entre los malos y los buenos a los que él debe defender, cayendo en la demanda si fuese menester: "de igual suerte el caballero debe parar con su cuerpo los golpes que van contra su señor, si algún hombre quiere herirlo"; la "loriga", las "espuelas"... Todo, hasta los arreos del caballo, condensaba un símbolo poderoso que recordaba constantemente al caballero las virtudes que debía profesar y practicar en su alto oficio al servicio de Dios, su señor, el clero y los menesterosos. Pero la espada es el arma principal del caballero.
 
En las "Partidas" la espada reviste incluso un carácter sacramental, pues la espada significa las cuatro virtudes del caballero: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Raimundo Lulio dice más:
 
"Al caballero se le da una espada; la cual es labrada en semejanza de cruz, para significar que así como nuestro Señor Jesucristo venció a la muerte en la cruz, en la cual muerte habíamos caído por el pecado de nuestro padre Adán; de esta manera el caballero debe vencer con la espada, y destruir los enemigos de la Cruz. Y como la espada que se entrega al nuevo caballero tiene filo en cada parte; y siendo la caballería oficio de mantener justicia, y justicia dar a cada uno su derecho; por esto la espada del caballero significa que el caballero debe mantener con la espada a la caballería y a la justicia."
 
En la espada, la virtud de la "prudencia" reside en su empuñadura que el hombre blande en su mano y se significa la "prudencia" en cuanto que el puño de la espada es a manera del mismo hombre que la empuña y que tiene el poder de desenvainarla, de alzarla, de bajarla, herir con ella o envainarla. En la hoja recta, aguda y de dos filos, está la "justicia". La fortaleza se cifra desde la empuñadura hasta la punta y la templanza la vemos en el metal sabiamente forjado de su hoja.
 
El caballero se identificaba con su espada y por la espada se identificaba a su dueño; por eso las espadas tenían su nombre propio y no pocas ostentaban en la hoja de su acero un lema. La Tizona del Cid Campeador, la Escalibur de Arturo, la Joyosa de Carlomagno, la Balmunga de Sigfrido.
 
En la espada está el honor del caballero. Por eso, no es de extrañar que no pocas piezas de nuestro teatro nacional del siglo de oro nos hayan transmitido una bella imagen: la espada como "lengua de acero" que, envainada, es defensa siempre a la mano, que sólo hay que desenvainar cuando la ofensa puede entrañar el riesgo de manchar el honor o hacerlo perder a quien no lo defiende. Así, la espada, como una "lengua" de hombre virtuoso, debe ser parca en palabras (lo que dice no ser desenvainada sin causa), pero una vez desenvainada no puede conocer más lenguaje que el de las obras, chocando con la del contrario y debiéndose envainar, según era el estilo español, sólo cuando el acero ha tomado la satisfacción de la sangre derramada del que ha osado agraviar el honor propio o el de quien necesitaba ser defendido. 

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