miércoles, 12 de agosto de 2015

UN OBISPO VOLADOR DE JAÉN


Santo Rostro de Jaén


LA LEYENDA DEL VUELO MÁGICO DEL OBISPO Y EL SANTO ROSTRO



Manuel Fernández Espinosa



Está lejos de mi intención pretender ofrecer a seguido la razón (o razones) por la cual el Santo Rostro vino a parar a Jaén. Mucho se ha especulado sobre ello y, para un rastreo histórico, ahí está el libro "Noticias del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo que se venera en la Santa Iglesia Catedral de Jaén", de D. Federico de Palma y Camacho, del año 1887: más allá de ese libro poco se ha añadido. Resulta una cuestión muy difícil de desentrañar desde las disciplinas históricas y parece que la Santa Reliquia se sustrae a las ávidas manos del historiador positivista, ocultándole sus misterios a los pretenciosos.
 
Por eso mismo queremos ensayar una de las vías que menos se han recorrido y que, en sí misma, es una cura de humildad. En vez de examinar documentación histórica y pretender descifrar el misterio de esta sagrada presencia (del Santo Rostro) en Jaén, vamos a ir a una leyenda sin que se nos importe un bledo que la engreída sonrisa del historiador profesional, en su ignorancia vestida de tecnicismos, nos censure. Nuestro ejercicio no es en modo alguno una crédula aceptación de la leyenda, tantas veces considerada como superstición. Lo que nos proponemos, por lo contrario, es penetrar en la leyenda para hacer patente su verdad (verdad que nunca se limita a una historia fáctica), acordándonos y concordándonos con una de las muchas enseñanzas que hemos recibido del prestigioso filósofo de las religiones, el rumano Mircea Eliade, cuyo estudio siempre será fructífero cuando, más acá de lo teórico, su instrumental se aplique a nuestros campos más inmediatos.
 
Eliade sostiene que: "nos parece que la descripción de una religión hecha sobre la base exclusiva de sus instituciones específicas y de sus temas mitológicos dominantes no la agota (...) Si al proceder a la descripción de cualquier religión se tuvieran en cuenta todos los simbolismos implícitos de los mitos, las leyendas y los cuentos que forma parte de la tradición oral, así como los simbolismos atestiguados en la estructura de la vivienda y en las diversas costumbres, se descubriría toda una dimensión de la experiencia religiosa que parecía ausente o apenas sugerida en el culto público y las mitologías oficiales".
 
Sobre el Santo Rostro de Jaén existe una leyenda que ha pasado desapercibida para los estudiosos del tema, habiendo sido relegada al acervo folklórico como si de ella no hubiera nada que sacar en claro más allá del regalo de su narración al amor de la lumbre, como cosa tradicional y antigua; pero despreciable para quienquiera pretender acceder a la historia del Santo Rostro de Jaén. Vamos a resumirla. 
 
Según cuenta esta leyenda, el varón apostólico San Eufrasio, (en otra versión de la misma el obispo protagonista es Nicolás de Biedma) tenía una villa, a las fueras de las murallas de Jaén. En aquella residencia disponía el obispo de una capilla donde tenía cautivos a dos diablillos en una vasija de cristal. Estos demonios presos se pasaban el día discutiendo el uno con el otro. Cierto día, cuando los demonios creían que el obispo se había dormido, el obispo, con los ojos cerrados y fingiendo dormir, presta atención al cuchicheo de los diablos y escucha de ellos que ese mismo día sería cuando Lucifer le iba a tender una trampa al Papa, llevándolo a cometer un gran pecado. El obispo fiel se despierta y conmina  bajo amenaza a los demonios familiares, terminando por sonsacarles los pormenores de esta asechanza que el infierno trama contra el Santo Pontífice Romano. Forzados por el obispo, los demonios negocian con San Eufrasio. Éste pacta con ellos que nada le dirá a Lucifer de los planes que le han confesado y que, a trueque del silencio y de darle todos los días las sobras de su comida, éstos le llevarían volando por los aires a Roma. Uno de los demonios se transforma en una gran bestia alada y, montado el obispo sobre los lomos del demonio alado, el obispo es llevado rápidamente en volandas hasta Roma. En Roma, el obispo previene al Papa para que éste no caiga en la tentación que, a través de una bellísima mujer, le está urdiendo Lucifer. El obispo de Jaén se enfrenta a esta mujer diabólica, le pone una cruz sobre el hombro y entonces la tierra se abre, terminando por tragarse a la mujer tentadora. Y así fue, como en prueba de gratitud, el Papa le da al obispo de Jaén (en caso de ser San Eufrasio) el Santo Rostro; o bien se la devuelve (en caso de ser Nicolás de Biedma). El obispo regresa a su diócesis, otra vez sobre la cabalgadura diablesca, ya con la preciada reliquia en su poder. Y una vez que retornan, el obispo cumple la promesa hecha a los demonios, pero como ésta consistía en darle las sobras de sus cenas, a partir de entonces el obispo no hizo más cena a diario que nueces, para de esa guisa no darle a los diablos otra cosa que las cáscaras.

La leyenda es, como podemos ver, bastante larga y compleja. En otra ocasión podríamos glosar al pormenor algunos elementos como esa curiosa presa de unos diablos que están retenidos en un bote de cristal (es sobradamente conocido en el folklore el motivo del diablo encarcelado en una redoma: ha permanecido en algunas leyendas del Marqués de Villena y también ha formado parte de la literatura, como podemos verlo en "El diablo cojuelo" (1641) de Luis Vélez de Guevara). Podríamos extendernos más en el simbolismo apocalíptico de la "mujer seductora" que encarna la tentación y el pecado (es la Puta de Babilonia y podría encubrir a la Mujer Escarlata de los satanistas como Crowley.) También podríamos comentar largo y tendido sobre la moraleja final que tanto se asemeja a la de otras leyendas hagiográficas, como la de San Wolfgang (tratada por nosotros en "San Wolfgang, el diablo... San Wolfgan y Halloween") donde, como en tantos otros relatos legendarios, el diablo siempre resulta burlado por el santo.

Sin dejar de ser elementos interesantes, lo que, sin embargo, nos llama la atención de toda la compleja leyenda es el vuelo del obispo de Jaén (y, aunque hoy no lo trataremos, no es el único obispo de Jaén que vuela por los aires). Estos "vuelos mágicos" están sobradamente estudiados por antropólogos, filósofos y fenomenólogos de las religiones, pudiéndose encontrar en las más primitivas y diversas culturas religiosas de todo el mundo. En Altamira hay "brujos" con máscara de pájaros que parece insinuarnos que nuestros antepasados, artistas cavernícolas, estaban familiarizados con el "vuelo" de sus "brujos" (y Altamira no es el único vestigio figurativo del arte rupestre de estos "vuelos mágicos".) Estos "vuelos mágicos" no habría que entenderlos en modo alguno como "vuelos físicos", sino que tendrían que ser considerados como vivencias experimentadas en esa dimensión que los estudios de Henry Corbin pusieron de manifiesto: la del "mundo imaginal". El "mundo imaginal" no es la simple imaginación, ni el mundo imaginativo, en su acepción común. El "mundo imaginal" es el mundo de la Imaginación activa (Imaginación agente). Y conviene recordar que lo "imaginal" (incluso diríamos que hasta lo "imaginario") no es "irreal", por mucho que se salte las convenciones del mundo ordinario. En todas la religiones podemos descubrir rastros del "Magische Flucht" (Vuelo mágico, extático), incluso podríamos remitirnos a la experiencia que cuenta San Pablo de sí mismo, cuando escribe:

"Si es menester gloriarse, aunque no conviene, vendré a las visiones y revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años -si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo; y sé que este hombre -si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe- fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir" (2 Corintios 12.)

Por dos veces, en su humildad, repite San Pablo que no sabe si ese arrobamiento fue o no fue "en el cuerpo". Tal vez, si alguna distinción pertinente cupiera hacerse entre los "vuelos mágicos" de todas las religiones y los éxtasis de nuestros santos cristianos tuviéramos que reparar en que, si en las otras religiones se emplean sustancias que pudiéramos denominar psicotrópicas o ritmos para entrar en trance como los chamanes, en el universo católico estas experiencias ocurren por gracia y privilegio que Dios concede a los hombres y mujeres santas, sin que intervengan estímulos o inductores físicos.

En el caso de la leyenda que consideramos el vuelo facilita al obispo el rápido desplazamiento desde Jaén a Roma, para lo cual sirve uno de los diablos que se transforma en una bestia alada para transportarlo.

Eliade distingue dos vuelos mágicos en las religiones más diversas estudiadas por él: 1) el vuelo vertical que recorre el mundo espiritual en todos sus planos: el del infierno con sus demonios, el del mundo de los muertos y los antepasados y el de los seres bienaventurados; y 2) el vuelo horizontal que salva los distancias espaciales en este mundo mediante un desplazamiento prodigioso. El de nuestro obispo es un claro "vuelo mágico" en la línea horizontal: el viaje por los aires lo lleva de Jaén a Roma y de Roma a Jaén.

Toda la leyenda que comentamos contiene en sí una lección didáctica de orden pragmático: para salvar al Romano Pontífice y a la Iglesia -deduciríamos- valen todos los medios, también servirse del poder demoníaco. Los diablos son espiados, se les arranca la confesión mediante la amenaza y se les emplea con la promesa que más tarde no se cumplirá. Es toda una lección de maquiavelismo episcopal, donde se respira el aire fuerte de un clero que pisa la tierra, pero que sabe correr como el pensamiento para procurar el bien común de la Iglesia Católica, salvando nada más y nada menos que al Obispo de Roma y dando razón mitológica y legendaria de la tenencia de la reliquia del Santo Rostro, legitimándola con creces. Sería una de las interpretaciones (la más externa) que pudieran hacerse de esta leyenda nuestra.

Pero mucho más profunda nos parece la enseñanza que se extrae de este tipo de experiencias y que para Mircea Eliade, autoridad en la materia a la que hemos seguido en nuestro comentario, es muy clara:

"Es importante, pues, no olvidar que en todos los niveles de la cultura, a pesar de las considerables diferencias de contextos históricos y religiosos, el simbolismo del "vuelo" y de la ascensión expresa siempre la abolición de la condición humana, la trascendencia y la libertad".

Lo que para Eliade prueba que: "las raíces de la libertad deben ser buscadas en las profundidades de la psique y no en las condiciones creadas por ciertos momentos históricos; dicho de otro modo, que el deseo de la libertad absoluta se encuentra entre las nostalgias esenciales del hombre [...] El deseo de romper los lazos que lo tienen clavado a la tierra no es el resultado de la presión cósmica o de la precariedad económica, sino que es constitutivo del hombre en cuanto existente, gozando de un modo de ser único en el mundo".

Y para lo que concierne a nuestro motivo: la adquisición de la reliquia del Santo Rostro por medio de un "vuelo mágico" en el mundo imaginal se muestra más acorde con la esencia sagrada de la reliquia santa que se custodia y venera en Jaén, mucho más que cuantas explicaciones históricas puedan ofrecerse, puesto que las reconstrucciones históricas de algo que, siendo de éste mundo, no es de este mudno serían insuficientes e incapaces de satisfacer el anhelo último que constituye al ser humano en su "nostalgia esencial" de libertad y trascendencia.

Y como otrora era refrán popular español, cuando se quería afirmar que algo era así y no podía ser de otro modo, digamos con aquella rotundidad hispánica de antaño:

"Eso... y la Cara de Dios está en Jaén".













Goya

 BIBLIOGRAFÍA:

De Palma y Camacho, Federico, "Noticias del Santo Rostro de Nuestro Señor Jesucristo, que se venera en la Santa Iglesia Catedral de Jaén" (Imprenta de D. Tomás Rubio y Campos, jaén, 1887)

Eliade, Mircea, "El vuelo mágico", Ediciones Siruela, Madrid, 1995.

Corbin, Henry, "Cuerpo espiritual y Tierra celeste", Ediciones Siruela, Madrid, 1996.
   
 
 

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